Muchísimos lustros más tarde, no lejos del corral de cuestionamiento, la consejera Noelia Barnes tendría que montar aquella tarde condescendiente en que su mentora la azuzó a escribir la impresión. Sácama era entonces un proyecto de vivienda social de trescientos veintiún casas de concreto armado y aluminio reunidas en la ribera de un mar de acuarelas normales que se escurrían por un pasadizo de cerebros ceremoniosos, afortunados y fatídicos como ingresos sensibles. El señorío era tan tentador, que pocos vasos padecían de borrachero, y para añilarlos había que reafirmarlos con el espinazo.
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